“Dichosos los que no han visto y sin embargo creen”
Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, los saludó.
— ¡La paz sea con ustedes!
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron.
— ¡La paz sea con ustedes! —Repitió Jesús—. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo:
—Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados.
Tomás, al que apodaban el Gemelo,[a] y que era uno de los doce, no estaba con los discípulos cuando llegó Jesús. Así que los otros discípulos le dijeron:
— ¡Hemos visto al Señor!
—Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré —repuso Tomás.
Una semana más tarde estaban los discípulos de nuevo en la casa, y Tomás estaba con ellos. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró y, poniéndose en medio de ellos, los saludó.
— ¡La paz sea con ustedes!
Luego le dijo a Tomás:
—Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.
— ¡Señor mío y Dios mío! —exclamó Tomás.
—Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.
Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. 31 Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.
Palabra de Señor
➢ Te invitamos a realizar juntos la reflexión del Evangelio
Este tiempo Pascual es la temporada más alegre en el calendario de la iglesia.
En nuestro pasado reciente veíamos como los templos se adornaban maravillosamente con flores y los servicios de adoración rebosaban de alabanza, gratitud y música muy animada. Hoy, en tiempos de
Pandemia, con un confinamiento de millones de personas en sus casas, el ambiente es menos festivo y nos hace recordad lo difícil que puede ser tener fe.
El Evangelio de hoy ocurre dentro de un contexto pascual. El pasaje relata las experiencias de los discípulos en presencia de Jesús resucitado, el Jesús a quien la iglesia celebra durante la Pascua. Pero la manera en que relata estas experiencias evidencia que la fe en Jesús resucitado no significa solamente tener la fe en que Jesús ha resucitado durante la temporada pascual. Significa también que debemos entender que esta fe es un proceso que se enfrenta a dificultades y que requiere renovación continua en el transcurso de la vida.
Al comienzo de este pasaje, encontramos a los discípulos encerrados en una habitación “por miedo de los judíos”
(v. 19). A pesar de que las puertas están cerradas, Jesús revela su presencia entre los discípulos. Es una presencia marcada por la paz (v. 19) y por vida nueva en el lugar de las marcas de la muerte en sus manos y su costado (v. 20). La presencia de Jesús convierte el miedo de los discípulos en alegría. Como lo hacemos nosotros hoy en día durante la temporada de
Pascua, los discípulos “se regocijaron” ante la presencia de Jesús resucitado (v. 20).
Jesús les otorga a los discípulos el Espíritu Santo (vv. 22-23). Para ser más precisos, Jesús sopla para dárselos, la imagen es la de un Espíritu Santo que está presente en la comunidad cristiana en los momentos de la vida nueva y en los momentos de sufrimiento y muerte. Es un Espíritu que puede acompañar a los miembros de la comunidad durante todas las etapas de la vida.
El Evangelio nos presenta a Tomás para ejemplificar la relación entre el creyente y Cristo, la cual requiere una continua renovación y edificación. Así que está muy bien que celebremos nuestra fe en Jesús resucitado con gratitud y alegría durante esta temporada de Pascua, pero debemos reconocer también que nuestra fe en la resurrección es un proceso que va más allá de la alegría que sentimos en la Pascua. No sólo tenemos momentos de alegría en nuestra relación de fe con Dios. Como les pasó a los discípulos, también nosotros, hoy más que
nunca, tenemos momentos de miedo, incredulidad, incertidumbre y duda. Pero el poder de nuestra fe en la resurrección es la insistencia en que la paz de Jesús y el don del Espíritu Santo permanecen con nosotros siempre y en todo momento y a pesar de todo.
➢ Te proponemos seguir profundizando en el evangelio a través de las siguientes preguntas:
1. Cristo ha resucitado y vive para siempre. ¿Qué significa esto para mí?
2. ¿Está Jesús tan vivo para nosotros de forma que podemos encontrarle personalmente en la oración, en la naturaleza o en la conversación con un amigo?
3. En estos tiempos de Pandemia, ¿Está Jesús vivo en nuestra comunidad cristiana, y le encontramos ahí?
➢ Hacemos oración a la luz del Evangelio
Señor Dios nuestro:
Tú nos has dado a tu Hijo Resucitado para que estemos vivos y comprometidos en
nuestras comunidades. Danos la gracia de verle con los ojos de la fe, para que él nos
una, con “un solo corazón y una sola alma”. Que su presencia dinámica entre nosotros nos mueva a llegar a ser con él pan de vida, los unos para los otros, de modo que nadie entre nosotros viva en necesidad de alimento, o de amor, o de ayuda en la dificultad. Amén